jueves, 4 de julio de 2013

Conciencia maquinal

Autor:
PhD. Guillermo Choque Aspiazu
http://www.eldiario.net/
Publicado en:
Febrero 9 de 2009

El termino “inteligencia artificial” fue acuñado formalmente el año 1956 durante la Conferencia de Dartmouth, más para entonces ya se había estado trabajando en ello durante mas de cinco años en los cuales se había propuesto muchas definiciones distintas que en ningún caso habían logrado ser aceptadas totalmente por la comunidad investigadora. La inteligencia artificial estudia el software y hardware necesarios para simular el comportamiento y comprensión humanos. El objetivo último de la inteligencia artificial es simular la inteligencia humana en una máquina creando robots que sean conscientes y con sentimientos reales, similares a los humanos. Uno de los problemas más difíciles es simular la conciencia, cualidad que hace que el ser humano se de cuenta de su propia existencia.

Se sabe que en el cerebro existen diez mil millones de neuronas, cada una de las cuales, por término medio, tiene un millar de uniones con otras neuronas, lo cual equivale a cien mil kilómetros de cables. En las computadoras avanzadas los sucesos individuales son un millón de veces más rápidos que en el cerebro, pero la conectividad masiva y el modo simultáneo de actividad del cerebro permite a la biología, por ahora, superar a la electrónica. Si la computadora más rápida realiza aproximadamente mil millones de operaciones por segundo, esta actividad resulta insignificante si se la compara con los cien mil millones de operaciones que tienen lugar en el cerebro de una mosca en reposo. Al paso que evoluciona la complejidad de las computadoras, alcanzar la actividad del cerebro es solamente cuestión de tiempo. No debe olvidarse que cualquier cerebro, máquina u otra cosa que posea una “mente” debe estar compuesta de cosas más pequeñas que no pueden pensar en absoluto. Y el hombre, siguiendo este argumento, apenas si sería una ingente cantidad de amebas, la mayoría de ellas terriblemente estúpidas.


Aristóteles, en su obra “Política”, hace referencia a máquinas pensantes como una alternativa a la esclavitud, máquinas autónomas capaces de atender las necesidades de sus amos. En los últimos años el investigador George Dyson menciona: “En el juego de la vida y la evolución hay tres jugadores en la mesa: los seres humanos, la naturaleza y las máquinas. Yo estoy al lado de la naturaleza. Pero la naturaleza, sospecho, está del lado de las máquinas.” En la misma línea, pero más contundente, Hans Moravec, del Instituto de Robótica de la Universidad Carnegie Mellon, advierte: “El mundo posbiológico será un mundo en el que el género humano habrá sido arrastrado por la marea del cambio cultural, usurpado por su propia progenie artificial. Cuando esto suceda, el ácido desoxirribonucléico se encontrará fuera de lugar, pues habrá perdido la carrera evolutiva ante un nuevo tipo de competencia.” Opinión que aparenta responder a la pregunta planteada por el célebre escritor Arthur C. Clark: “El implacable avance de la inteligencia artificial obliga a formular la inevitable pregunta: ¿estamos probando la siguiente especie de vida inteligente sobre la Tierra?”. Por su parte, Francis Crick, premio Nóbel de medicina por su descubrimiento, junto con James Watson, de la doble hélice del código genético, brinda ésta hipótesis asombrosa: “…que nosotros, nuestros pesares y alegrías, nuestras memorias y nuestras ambiciones, nuestra sensación de identidad personal y libre albedrío, no son en realidad sino el comportamiento de un vasto ensamblaje de células nerviosas y sus moléculas asociadas.” Lo que vendría a corroborar lo que desde hace tiempo vienen repitiendo los científicos dedicados a la inteligencia artificial: “Las máquinas pensantes existen ya: se llaman seres humanos”. Y por si lo anterior no bastase, considere la competente opinión del premio Nóbel Jacques Monod: “Los seres vivos, tanto por su estructura macroscópica como por sus funciones, son estrechamente comparables a máquinas.”

Muchos filósofos y científicos opinan que es poco concebible que una verdadera inteligencia pudiera manifestarse sin estar acompañada por la consciencia. Estas capacidades, o habilidades, podrían compararse con la llave y la cerradura, en donde una no tiene sentido sin la otra; de la misma manera que es inconcebible suponer que existe un lugar denominado “ciudad” totalmente aparte y por separado de los parques, los edificios, las calles, las personas, los negocios, los medios de transporte y todas aquellas otras entidades materiales que le dan forma. Si se alcanza la inteligencia, la consciencia surge como consecuencia. No obstante, hay otros pensadores que consideran que la conciencia no necesariamente está “atada” a la inteligencia. Por ejemplo, argumentan, los hormigueros se comportan de una manera bastante inteligente, aunque es muy difícil defender la idea de que existe alguna clase de conciencia unificada “revoloteando” entre las miles de hormigas que lo componen.

Las posturas de la inteligencia artificial, ante la posibilidad de simular la conciencia por una computadora, son las siguientes: (1) Inteligencia artificial fuerte. Los partidarios de esta postura piensan que toda actividad mental es de tipo computacional, incluidos los sentimientos y la conciencia, y por tanto se pueden obtener por simple computación. (2) Inteligencia artificial débil. Plantea que la conciencia es una característica propia del cerebro. Y mientras toda propiedad física se puede simular computacionalmente, no se puede llegar por este procedimiento al fenómeno de la conciencia en su sentido más genuino. Los que pertenecen a este grupo dicen que la simulación por computadora de un huracán no es en sí mismo un huracán, o que la simulación de la digestión por el estómago no digiere nada, se trata simplemente de procesos no causales. (3) Nueva física Esta postura defiende que es necesaria una nueva física para explicar la mente humana y que quizá en el futuro se pueda simular, pero ciertamente no por métodos computacionales; para ello es necesario que en el futuro se descubran nuevos métodos científicos que todavía se desconocen. (4) Mística Esta postura defiende que la conciencia no se puede explicar ni física, ni computacionalmente, ni por otro medio científico. Es algo totalmente fuera de la esfera científica, pertenece al mundo espiritual y no puede ser estudiada utilizando la razón científica, escapa al método de conocimiento racional heredado de la cultura griega.

Muchos filósofos opinan que la computadora no tiene ni podrá tener consciencia, porque está construida con materiales no orgánicos y no cuenta con una estructura neuronal profundamente integrada a un cuerpo biológico. Tal vez la consciencia humana sea un fenómeno biológico que dependa de la interacción del cerebro con el resto del cuerpo y con el mundo que lo rodea, de la propia herencia y de los miles de millones de años de evolución de la vida sobre la Tierra. Roger Penrose, por ejemplo, sugiere que los fenómenos de la consciencia no sólo no podrían llevarse a cabo, sino que ni siquiera podrían ser simulados por ningún tipo de computadora, ya que éstas solamente pueden obedecer un algoritmo. Los seres humanos, en cambio, poseen un pensamiento consciente porque la actividad física, la “computación” de su cerebro es de índole cuántica, algo completamente distinto y que está mucho más allá de la “simple” computación algorítmica. En consecuencia, y para este pensador, sólo aquellas entidades capaces de ejecutar una “computación cuántica” serían verdaderamente conscientes. Sin embargo, y según sus propias palabras, “en este momento se carece totalmente de la comprensión física necesaria para construir tal presunta máquina.” También el filósofo David Chalmers opina de forma similar: quizá la consciencia sea una propiedad inmaterial, no-física, y fundamental del universo, vagamente comparable con la masa, el espacio y el tiempo y que acompaña ciertas configuraciones de materia como, por ejemplo, un cerebro orgánico. Para este pensador, sólo se conseguirá construir máquinas inteligentes cuando éstas puedan evolucionar, pues la consciencia resulta de la evolución de las especies.

Otros filósofos, en cambio, admiten que si alguna vez se llegara a imitar el funcionamiento del cerebro, quizás también se podrían simular las emociones y los sentimientos. Pero para eso no sólo habría que diseñar un cerebro artificial, sino también un cuerpo y, en lo posible, de forma humana. En consecuencia, la máquina ya no sería simplemente una computadora con gran inteligencia, ni siquiera un robot dotado de elaborados sistemas sensoriales y motores, sino un complicado androide capaz de interaccionar con el entorno, con los problemas de la vida real y con las personas. De esta manera, en el modelado del intelecto inorgánico posiblemente se deba tener en cuenta, también, las teorías cognitivas, culturales, históricas y sociales. Aunque esta “pseudo-sensibilidad” tal vez no sea una consciencia auténtica, se le parecerá bastante. De todas formas, y desde el punto de vista de la ingeniería, se trata de un reto formidable, principalmente debido a que no se sabe que es lo que hace que el cerebro humano sea consciente.

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